domingo, 2 de septiembre de 2007

EL IMPOSIBLE "HAPPY END" DEL MITO

Hay pocos motivos para que yo deje una taza de café sin acabar: mirar por la ventana cuando se me va el santo al cielo o buscar el verso perfecto, pero, sobre todo está la lectura de novelas de Sherlock Holmes. Me apasiona el talento cuando se convierte en marca de carácter. Bien es cierto que, muchas veces, me hace gracia el infantilismo de Sir Arthur, cuando nos pinta al “adorable misógino” como conocedor de todos los lenguajes secretos o de todos los neumáticos para bicicletas de Londres. La verdad es que me importa bien poco el lugar que ocupe este tipo de ficción dentro de la literatura y, por eso mismo, jamás entraría a debatir su calidad artística/estética, sea cual sea ésta.

Creo que hará algo más de 12 o 15 años, en uno de esos largos veranos en los que me dediqué a fantasear con novela realista y cierta selección fílmica muy particular, la siempre minoritaria y selecta 2 de TVE dedicaba las aburridas tardes veraniegas a reponer filmes de Basil Rattbon y el bonachón bigotudo de “Rebeca” Y “Sospecha”. Yo, que empezaba a despuntar por mis rarezas pre-adolescentes, renegando de la playa, empecé a enamorarme del pésimo violinista de Backer Street y de su afición a la morfina. Con el paso de los años, Basil RatTbon me pareció una copia descafeinada del auténtico detective y con “La vida secreta de Sherlock Holmes” me convencí de que la desagradabilidad, que me es tan afín y amable, tomaba forma humana. He de confesar que la presencia de una mujer en la vida de Holmes siempre me hace recordar ciertas teorías freudianas. No hablo ni de la madre, ni el padre ni del sursum corda. Simplemente, me refiero a la destrucción del mito. ¿Sería posible que Holmes se enamorara? Tal vez; ahora bien, debe estar abocado al fracaso emocional siempre, si no sería como matar el deseo y destruir, por tanto, la retardación del placer, que es, en suma, lo que nos mueve por encima del propio goce hedonista: la espera, la búsqueda.

La clave está en la “contención”,las pasiones incompletas. Un duelo entre Irene y Holmes, una pura lucha dialéctica para medir fuerzas, es, ante todo, la historia de un fracaso. El mito necesita pervivir a perpetuidad como tal y, para ello es preciso que se mantenga “inmutable”. Privar de sentimientos a los personajes, manipular su destino a placer del autor-o del público, no olvidemos que Conan Doyle tuvo que “resucitar a su personaje”- debe mantener una continuidad mítica, legenaria, “evolutiva”, pero al mismo tiempo “inalterable”.

¿Holmes feliz padre de familia con un chiquillo meón encima de las rodillas? Al fin y al cabo, todo mito es la historia de un sacrificio, en cierto modo, de un simple mártir. Héroes, mendigos y soñadores bajo el signo inequívoco de la inmolación. Esclavos de su propia historia. Si no, que le alguien se lo hubiera preguntado antes a Unamuno.

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