domingo, 9 de mayo de 2010

EL GOCE DEL DOLOR II

A KEBRAN

2. LA REEDUCACIÓN DE LAS SENSACIONES.
No he tenido madre, aunque supongo que ella sí tuvo un padre para mí. Desconozco el amor como desconozco el odio, pero me consuelo con la indiferencia y el mecanismo repetitivo de los días. No tengo sentimientos, sólo sensaciones y reconozco que el asco preside todas mis reacciones humanas. Una sensación jamás se puede conjurar o guardar como una flor marchita entre las páginas de un libro, porque “yo” ya no soy la misma cuando regreso al estado de la percepción. Los recuerdos de las sensaciones son más falaces que los de los sentimientos, porque lo sensible es etéreo, carece de arquetipos. En cambio, hasta para el amor hay emblemas o recetas mágicas. Se engañan; un sentimiento es un consuelo; una mera intelectuación de lo efímero para no sentir que morimos cada día, con cada sentido. La caricia de hoy, tal vez, sea la bofetada del mañana o el beso o el mordisco sangriento al que alguien quiso poner el vago título de pasión. Los sentidos nos reconcilian con nuestra animalidad, los sentimientos nos educan y nos convierten “milagrosamente” en esas bestias llamadas racionales.
Dios se avergonzó de su criatura e hizo de su mundo un reformatorio para instintos.

3. LA NADA ME DELIMITA, ME COMTIENE.
No soy Fernando ni Soares, pero algo me dice que un cordón umbilical invisible nos une, porque a través de él me llega esa náusea universal e íntima que se inicia en una taza de café cualquier mañana. Figura sobre fondo, aunque nada tenga sabor, porque cómo se puede reconocer una imagen que no tiene límites, ni contornos, ni perfiles. La nada se contiene en mí como yo me contengo en ella. Sin olor, sin sabor, sin tacto...sin nada.
Presiento sus pasos de alma en pena a mis espaldas cuando salgo a pasear por las afueras del infierno. Me doy la vuelta, pero no hay nadie. Recorro los cementerios buscando una tumba familiar con su nombre y solamente salgo con la derrota de un niño que ha llegado tarde a su cumpleaños. Me invaden nuestras soledades compartidas, quimeras de un petulante que olvidó – o quiso olvidar-las reglas de la ficción. Mi asco y el tuyo se unen y me doblan como una patada en el estómago que me deja sin respiración. Nadie pregunta por el cuerpo que se queda tirado en la calle, porque no lo ven, porque, ciertamente, no hay nada.

4. NO HEREDERÁS LA TIERRA.
He sido muchos. Tantos, que a veces mezclo manos de verdugo en cuerpos de ajusticiados. Del príncipe guardo el aristocratismo de ser el mejor en nada por nada, como de la lombriz –existe el hombre-lombriz, no lo dudéis- el deseo de arrastrarme por la tierra para ser devorado por un pájaro de redondos y carnívoros ojos negros. Pero, ante todo, he sido –soy- un hombre muerto que no ha dejado de soñarse más allá de las puertas de los inertes. Mi “yo” y mi “otro”, hermano desaparecido, llevamos vidas temporalmente paralelas y nos reunimos en el ocaso del espacio sintético y común de vivos y muertos; pedazos de ruina mórbida, por la que tantos vivos transitan sin saberlo en comunión con cadáveres que esperan un taxi que cogieron hace veinte años en esta misma esquina.
El frío familiar de la muerte se me ha vuelto un nuevo sentido más allá del tacto y más próximo al olfato. Ese olor sabe a oxigeno dos veces inspirado, robado, compartido, aunque más bien, devuelto -incluso,me atrevería a decir- vomitado.
A veces caminamos por calles paralelas, sin saber cuál de los dos es la sombra del vivo. En este espacio el sol ya no sirve para crear contrastes sin luz, sino que todo se vuelve una analgésica atmósfera de reiteración. “Esto ya lo he vivido”. Cuántas veces y cuántas mentiras: “esto ya lo han vivido por mí, pero antes que yo”. Ovillo de existencias que carece de extremos.
LUCÍA FRAGA

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