En el servicio de señoritas retumbaba el reclamo.
Unas perfilaban sus labios carnosos,
otras, unas pocas, no sabíamos hacer sonreír
a los caballeros escondidos al otro lado del espejo.
Sólamente veíamos desfilar parejas accidentales.
La mano sujeta la copa aguada.
Te dejas cegar por las luces brillantes:
¿Eres una urraca o una mujer?
Zapatos de tacón torcidos, besos clausurados.
Sueños de princesa que caducan.
Nadie coge tu mano.
Nadie ciñe tu cintura.
¿Qué más me da?
Si, al fin y al cabo,
yo no sé bailar.
Adolecencia en trozos de comic,
juventud recortada de revistas viejas.
Hay chicas guapas y chicas feas.
¿Qué importaba?
si nunca he sabido bailar.
L. de Fraga.
Querida mía, yo no bailo, dijo Carroll alguna vez...
ResponderEliminarEste poema es el mejor de toda la obra de Lucía Fraga.
ResponderEliminarUna pequeña maravilla.