viernes, 7 de noviembre de 2008

EN LAS SIETE

Esta tarde se ha hecho de noche muy pronto. La gente ya va toda con abrigos de invierno. Yo llevo mi sombrero años 20 y mis guantes bicolores. Fue espantoso que coincidiésemos en la calle con Horacio y la Maga. Horacio no dejaba de mirar la bolsa de las botas como el cuerpo del delito. Me hizo sentir como una puta. Y luego su manía de invitarnos a un jerez en la cafetería de Las Siete. Ya sé que a tí no te gusta el jerez. Pudiste pedir cualquier otra cosa. Menos mal que la Maga se atiborró a hacerte preguntas sobre tu trabajo sin entender nada, mientras Horacio me clavaba los ojos. Sólo le faltó decir "así que éste es el pibe que lee a Juan Luis Panero y que se acuesta contigo". Cierto que yo me deshice de la conversación y me puse a mirar a los clientes. Me fijé en una vieja señorita que bebía "Pipermín" sentada en la barra. Tenía aspecto de maestra de escuela y una carrera en las medias. Además, le hacían falta tapas a sus zapatos y el bolso se notaba que era heredado. Los ojos llorosos y ese continuo mover el pañuelito sobre la nariz, parecían la inminente llegada de un chaparrón de lágrimas. Pero más fuerte llovía fuera y no podíamos salir de Las Siete. La gente entraba con los paraguas desmayados y desenvarillados. Qué triste es ver la muerte de un paraguas. Aunque Horacio opine que es poético, yo creo que es triste como un sombrero en el suelo que se lleva el viento. Menos mal que habían quedado con Etienne y los otros para ver un filme extranjero en el aparato cinematográfico de Verschó. Si no, aún estaríamos con ellos y con Horacio y su lista de preguntas para saber si eres apto para el club. Me pregunto quién cuida de Rocamodour cuando salen juntos. Me molestó la risa cínica de él, cuando vio mis Ducados Rubio. Ya no tengo para Gauloises. Aunque no sea tan sofisticado y tenga, como dice él, que cortar el cordón umbilical. Está obsesionado con el cordón umbilical. Parece que él no depende de los giros que llegan de Argentina. Está en París como si ésta fuera su gran madre. Lo que fue asqueroso fue tener que soportar la tos de la Maga y ver cómo expectoraba en un pañuelo de caballero. Aparte de sus preguntas. Conmigo ya no se atreve. Enseguida se le antojaron mis botas. Como era de esperar. Se le antoja cuanto tengo o cualquier nimiedad sin valor. Como cuando se empeñó en comprarse unas medias iguales a las mías porque tenían el dibujo de una espiga en negro. Después de beber cuatro copitas de jerez ya estaba como para ponerse flores de aire en el pelo. Hoy jugueteaba con un trozo de monóculo que encontró en el patio de butacas de El Imperial. Es increíble que pase más tiempo buscando por el suelo que contemplando la representación. A Horacio también se le antojó que estoy muy delgaducha y que mis piernas parecen dos alambres.¡ Al demonio con todo!

1 comentario:

  1. Hubiera sido una pena que las botas se quedasen en la zapatería, para que al final las vendiesen de saldo y las comprase cualquier otra que no fuese ni tan bonita ni tan joven ni tan adorablemente loca.
    Dos es un buen número para el dieciseis. Dices bien, "al demonio con todo!!.

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