martes, 23 de febrero de 2010

RENACER EN SOLEDAD

He renacido a una nueva vida: la soledad. La soledad, a veces, se escoge y ,otras veces, no. Pero a mí, me ha cogido de improviso y sin munición. Me siento sola, porque estoy sola, aunque me acompañe mi familia. Pero, hasta la propia familia cansa.
En estos meses, he aprendido mucho, porque he tenido largas noches de insomnio para reflexionar. Mi soledad no es oscura y fría, como una noche de lobos, aunque tampoco es un camino de rosas.
He aprendido el verdadero sentido de la palabra "amigo" y me he dado cuenta, que los que yo creía "amigos" no son más que mariposas de la polilla, a pesar de que les guardo un cariño enorme y no los culpo, si me han dejado.
En soledad se aprende -como ya me pasó durante mi año y medio en Alemania- el verdadero significado de las palabras. Palabras adulteradas, palabras puras, palabras sucias, palabras dulces...palabras.
En mi estudio, me recojo a escribir o a leer, mientras la música suena de fondo como un pequeño eco que me reclama. Aunque no consigo concentrarme totalmente, al menos, durante unas horas, soy feliz en mi nuevo despacho-vestidor. Me siento liberada e independiente, sobre todo cuando escribo. El escribir es la llamada "cura verbal" de Freud, sin duda alguna. Todos mis sentidos que se sentían apretados, se diluyen en el café de mi estudio. Al lado de una revista de moda está un libro de Carlos París, "Memorias sobre medio siglo" y contemplo que su vida agitada y libre me abre una puerta a un mundo nuevo.
Me siento en una etapa de transición en la que se ha asentado mi soledad serenamente. Leo a los filósofos clásicos y a los alemanes, alternando alguna novela de Umbral y poesía de Rilke, Pizarnik y Hölderlin, entre otros. Me parece estar en la Rayuela de Horacio Oliveira y no acabar de acertar el número con la piedra. Pero no me preocupa, porque "Vanitas vanitatis", todos acabaremos en el hoyo.
No sé por qué la gente lleva tan mal hablar de la muerte. Yo he visto la cara de la muerte y aseguro que fue una experiencia de paz y serenidad, que ahora, me hace recordar los versos de Fray Luis de León.
No temo a la muerte mucho más que a la vida. La vida nos puede encerrar en un manicomio o perdernos en un laberinto sin salida. Sin embargo, yo sigo aquí, en pie, en "mi pequeña casa", dejándome la piel y soportando yo sola temporales que a nadie he de contar, al tiempo que me realizo en mi nuevo libro; y ahí, soy libre y mi valentía no tiene parangón.
He pasado situaciones que nadie puede imaginar, pero me han servido para ser más fuerte y más perseverante. De eso, se ha alimentado mi valentía: del yo contra el yo, del yo contra la sociedad y del yo contra el mundo. He sido una transgresora y lo he pagado, pero es algo innato, que ya de niña, se venía cociendo.
Me río de mí misma y de mis pretensiones, aunque sean ciertas, pero he llegado a la conclusión de que la Humildad es la primera regla que deben inculcarnos, porque el hecho de ver nuestro nombre publicado muchas veces, no da ni quita categoría a nadie. El nombre sobre el papel impreso está sobrevalorado y la humildad nos hace más sabios y más felices. Cada día, encuentro que sé menos cosas y siento como si un bloque de libros vivos me llamaran para leerlos. No podemos aspirar a saberlo todo, pero sí nos podemos cultivar y algo más importante aún, aprender a ponernos en el lugar del otro.

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