domingo, 20 de julio de 2008

DEL ALMA Y SUS BAJOS FONDOS

LA MADRE DE LOS MUERTOS

La guerra empezó con mi corazón arrancado

Que alguien lanzó contra un cristal.

Yo recogí mi esponja de latidos,

Aún caliente,

Y me arrodillé para teñir de sangre

Las ventanas y las puertas.

Los niños sin cabeza todavía lloraban

Al ver a sus madres muertas

Con los ojos vacíos y los pechos cortados.

Sus aullidos descabezados pedían madre y leche,

Pero sus bocas eran zanjas de alambre y muerte.

La calle era un campo de floreciente mantillo rojo,

Donde los pequeños jugaban a cambiar de alma.

Entre latido y latido,

mi esponja crecía y se llenaba de leche

como una ubre de perra para amamantar a sus cachorros.

Fui dando un beso lácteo a cada boca desconsolada,

Manchándome las piernas de sangre corrompida,

Mientras mi corazón pesaba y bombeaba lentamente.

Madre de los muertos soy,

¿cuántos pecados cometió mi alma

sin yo saberlo?


EL PECHO HUECO

Me arrancaron el corazón los perseguidores,

Los mismos que me enseñaron

Que las infancias perdidas

Son un veneno eterno para la memoria.

Vinieron sigilosamente,

Mientras dormía

Y en un dos por cuatro

Robaron sístole y diástole.

Hicieron con sangre y tierra

Una replicante con el corazón

hecho de lombrices.

Yo quise rellenarme

con incienso sagrado

de La Gran Catedral,

Pero el hueco de mi pecho

Aún llora lágrimas de sal

que vuelven blancas

las palmas de mis manos.

¿Cómo se puede rellenar un pecho

si la memoria está emponzoñada?

Buscaré en las carnicerías,

en los bolsillos,

en los cines,

porque yo ya no tengo sueños.

Y si no,

Haré un nido para ruiseñores

Y dentro guardaré los cantos rodados de Compostela.


LA PIEDAD EVANESCENTE

Camino descalza y desnuda por el campo de batalla,

Pisando metralla, bombillas y bayonetas incendiadas

Cubierta por el manto rojo de la verdad.

El tiempo ha convertido en cenizas la habitación,

Pero todavía arden hogueras en las almas.

Los perseguidores vinieron con sus lanzas de memoria

Y degollaron hasta el último pájaro.

Palomas crucificadas penden de las paredes

Como ofrenda macabra a un Dios Letal.

La memoria es un campo demasiado grande

Como para segar el trigo en un solo día.

Vendrán más noches y más persecuciones

Y más palomas crucificadas.

Ahora que contemplo mi cuerpo destrozado

Entiendo la negrura de este camposanto

De mis pensamientos mártires.

Si pudiera dejar de pensar

No me vería desnuda y golpeada en el suelo

En un charco de sangre

Con un cuchillo infantil en la mano.

Me recojo sobre el regazo,

Piedad de espejo,

Sin derramar una lágrima,

Y me limpio las heridas con el latir de esponja,

Mi corazón enfermo,

Pero mi cuerpo desaparece,

Porque le esperan más batallas

Contra los negros pensamientos perseguidores.


La tierra tembló en su centro

Al paso de los asesinos de palomas.

Llegaba un nuevo día de bocas cortadas

Y cadáveres retornables.

El sol se tiñó de sangre y

Todos los campos parecían un mar rojo

Alerta de cuchillos y gritos inútiles.

Cogí una cabeza de niño muerto

Y le miré a los ojos:

“Has de pasar sola tu propia condena”.

Arrebujada en mi manto

Me repetí sus palabras

Como un himno de valor

Y esperé la llegada de la destrucción

Con la serenidad que da la pérdida segura.

Aunque cercenen mis pechos

Y quemen mis ojos,

Yo seré el alimento de mi hijo

Con mi corazón de latidos y leche

Y lameré sus heridas como una perra

Para que no desaparezca con la esponja

De piedad evanescente.

No quiero criar a un condenado,

Quiero darle la paz que por ahí se escapa,

Porque llegan los perseguidores y las parcas.

Mis ingles están ensangrentadas

Y mi corazón agitado.

¿Por qué traen un estribo los asesinos?

Me ataron las muñecas y me montaron en él.

Las Parcas cortaron todas las cuerdas de mi arpa

E hicieron cruces de alquitrán por las paredes.

A mí me obligaron a beber vinagre de una vejiga

Y empezaron a apretar mi vientre entre carcajadas.

La sangre corría como una cascada entre mis piernas

Y pronto comencé a gritar expulsando restos humanos.

Eran niños informes sin vida

Que las Parcas iban metiendo en una bolsa de plástico

Mezclada con restos de pescado.

Apretaron, apretaron, apretaron hasta casi matarme

Y luego comenzaron a comer lo que yo había parido.

Lo que no saben es que mi hijo está vivo

Dormido, a salvo, bajo una piedra.


Donde la nieve llega hasta la rodilla

Y los cuervos vuelan bajo

Habitan los perseguidos,

Las víctimas de los depredadores de sueños.

En los bajos fondos

La princesa de dientes podridos

Se ofrece por veinte euros

Al rey de las agujas con goma en el brazo.

Aunque la luz es mortecina

Dos ánimas llevan quinqués

Para que nadie caiga en las aguas fatales.

Hay ríos estancados

Donde yacen bellas Ofelias varadas.

Aquí está la fuente de piedra donde mana

El agua venenosa de los pensamientos negros.

A veces, me paseo entre los árboles,

Que sangran y gritan si alguien muere,

Y me encuentro a los locos y a los desesperados.

La nieve se tiñe de rojo,

Si alguien ha bebido de la fuente

Pero la muerte es aquí mejor

Que cualquier sueño narcótico,

Por eso, todos bajan a olvidar

Bebiendo o jugando a la ruleta rusa.

No hay caminos ni destino alguno

En los bajos fondos.

Sólo es un gran espacio de la memoria

Que todos quieren olvidar y no pueden,

Aquí cada uno se pelea con su fantasma

O se mata con él.

Hoy la nieve está roja y he oído gritar tu nombre.


Hoy me he levantado

Con pereza en los labios.

Me han acribillado la frente

Con no sé qué balas extrañas

Que han traído a mi memoria

La infancia mutilada de las palizas

Y las piernas meadas.

Por eso, tengo pereza en los labios.

Porque el recuerdo mata

Cuando la boca sabe a sangre

Y a niña abandonada.

La pereza es la negación

Del no-ser.

Y cuando se instala en los labios

Es vieja censura que hay que liberar.

A los cinco años me perdí en una estación y

La muerte me cogió de la mano

Me subió al tren con destino al infierno y

Allí comprendí las miserias sádicas del alma

Y la maldad de los hombres,

Por eso temía más a la vida que a la muerte.

El infierno es una habitación vacía

Donde nacen flores marchitas en las paredes

Y el alma es un tambor en constante redoble.

Cuando salí del infierno comprendí

La verdad más terrible

A una niña de cinco años que

ya lo llevaría dentro el resto de su vida.


Me quitaron la ropa y me dejaron desnuda.

Tiñeron mi piel con sangre y barro

Y me colgaron del árbol más alto.

En mis pies colocaron brasas ardientes

Y empecé a arder como la cera fría.

Vi a mis hermanos sedientos gritar

en una tierra inhóspita,

mientras mi madre cosía lágrimas

de mortajas negras.

Cuánto más atroces eran mis visiones,

Más me atacaban los cuervos

de la ciudad asesina.

Los niños vomitaban sus infancias

Y se volvían ancianos,

Las madres se quedaban con los pechos secos

Como estériles macetas que nunca riega nadie.

La noche era un estupor de llantos y explosiones,

De reptiles que se metían en las cunas

y mamaban la leche de los pequeños

ante la mirada horrorizada de las parturientas

atadas con colas de serpiente.

Bajé del árbol y pisé las brasas,

Mujer de cera ardiente.

Fui hasta el abismo donde se rompen los hombres

Y vi a mi madre,

Con el vientre abierto

Devorada por las ratas.
Nadie sabe que yo he construido

un útero invisible

que me resguarda de las alimañas.

Con las lágrimas que derramó mi madre

Al ver a su hija en un charco de sangre

Fui creando con cada gota

El lugar primero de mi existencia.

Dentro,

Respiro dulcemente

Y siento la caricia de la criatura

Que no ha dado su primer llanto al mundo.

Pero el vaho de mi aliento

Crea un espejo hecho de azulejos rotos

Y me invita a mirar a la ventana manchada de sangre.

Veo mi muerte,

Con su paso largo y melancólico,

Apoyar su mano fría contra el cristal.

Es temprano- me dice.

Es tarde ya-le respondo.

Y quedan las huellas de sus dedos

Como calco de mis manos sudorosas.

La muerte llegará como un consuelo a destiempo,

Cuando las palomas vuelen fuera de habitaciones de alquitrán,

Cuando el martirio tenga evocaciones místicas,

Cuando se borre la sangre de las paredes y puertas

Y los niños no jueguen a la pelota con su cabeza.

Desde aquí escucho a las madres despojadas

de sus hijos aullar como lobas y

el rasgar de sus ropas

para crucificar los pechos que ya no darán más leche.

Besan las manitas de sus descabezados.

Ellos juegan tranquilamente con el alma dormida,

Mientras sus cabezas ruedan y

son aplastadas por los caballos y los coches.

Ellos entran en mi útero estéril

Y me secan las lágrimas

con caricias estériles.

Mi útero es un refugio para mi cuerpo

No hay volcán capaz de destruirlo.

Sólo las voces de los descabezados

Hacen que tiemblen los azulejos de llanto.

Me despertaron los graznidos de los cuervos

Y ya no pude volver a dormir

Sobre la tierra mojada.

Un corazón de lombrices yacía a mi lado,

Mientras el mío,

Bola de cristal incandescente,

Me recordaba la sed de todas las bocas

Que besé alguna vez

Antes de que el cielo se volviera negro.

Sentí un latido bajo la espalda y lloré.

Como lloran los niños.

Con lágrimas y ojos de enferma flagelada.

Cuando un llanto es castigo o condena

Deja el cuerpo desatar sus desvaríos.

Lloré. Lloré. Simplemente.

Con lágrimas en los ojos

Escarbé en la tierra y me alimenté

Del barro mojado;

Entre insectos y lombrices

Encontré el cadáver de mi madre

comido por los gusanos.

La llamé madre y recogí su cuerpo,

Me senté en su regazo

e hice abalorios de sangre y llanto

¿Quién te ha hecho esto madre?

Le pregunté por el dolor inútil de la tierra baja,

Por los golpes de las bayonetas en mi espalda,

Por los disparos contra las sábanas manchadas.

La abracé y abrí su útero para dormirme dentro,

Pero los graznidos de los cuervos seguían,


Me he asomado a la ventana

Y ya no puedo ver el rostro de mi madre llorando,

Sólo un campo de hormigón

Donde se dibujan los cortes de mis venas estriadas.

Es un mapa con antiguas heridas

Que el tiempo ha ido perfilando

Con su lengua de acero

Y que en mis muñecas brota

Como estigmas fatales.

Llegará la hora en que mi sangre

Borre para siempre el anuncio de hormigón,

El mapa que es señuelo de una muerte segura.

Recorreré con el dedo la era de cemento,

Preguntando por mi padre y por mi madre

Y pondré babosas sobre mi tumba.

Con la mano diestra y sincera,

Abriré mis venas al sol de los ciegos,

Mientras mi cuerpo descanse sobre la acera desnuda,

Pero mi última palabra será mi condena,

Por escupir un adiós a un Dios

que nunca estuvo a la altura de las circunstancias.

Dios de los beatos y meapilas,

Yo te desprecio.

6 comentarios:

  1. ¿y al dios de los poetas, al de los amantes, al de miguel ángel, al que canta, al que ama, al que cree solo en el amor y es ateo y escribe y llama y toca y hiende y hiere y penetra y goza y ataca y quebranta y chupa y muerde y falla? ¿a ese también le desprecias?

    un beso

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  2. Poeta!!!

    es lo primero que resurge de mis profundidades...

    fuerza,fragilidad,equilibrio,misterio...

    hermana de poesía, lo que escribes es puro.

    besos!

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  3. Hola!, he estado un poco desaparecida, y regreso a verte y hay tanto que leer!.. Me tomaré mi tiempo para disfrutar de tus letras, pero no resistí dejarte de una buena vez un saludo ~_^

    Así que me siento en mi rincón favorito y continuaré leyéndote, y no me daré prisa, si te leo rápido luego me pesan mas tus ausencias

    Un fuerte abrazo!!

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  4. Hola Lucía... muy bueno lo que escribiste... creo que todos tenemos nuestra idea de Dios, y con el cual nos identificamos... te dejo un saludo muy grande.
    Nos vemos.

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  5. Soy más de sintetizar, pero me encantó esa fuerza sostenida que encuentro en tu poesía.

    Gracias.

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