viernes, 31 de agosto de 2007

LA SOLEDAD DEL ARTISTA

Hace años leí un verso de Luis Alberto de Cuenca que decía: “La nostalgia es un absurdo pasatiempo”. No creo que alguien pueda llegar a estar más equivocado: la nostalgia es el único pasa-tiempo. Si releyésemos más a menudo a los poetas, nos daríamos cuenta de que no hay una sola obra escrita que no haya nacido de una conjunción de soledad y recuerdo; en suma, de la nostalgia. Pero la nostalgia es un sentimiento y, si hacemos caso del adagio becqueriano “Cuando siento, no escribo”, la obra no puede brotar si no de la “acción”,aunque ésta sea resultado de un pasivo abandono.

Pessoa, que renunció al mundanal ruido para convertirlo en poesía silenciosa, únicamente demandaba dos condiciones para escribir: soledad y sosiego. ¿Cuál es, entonces, la clave del artista? Me resulta curioso pensar en la soledad pessoana envuelta en el tumulto de la ciudad lisboeta. Realmente, Bernardo Soares supo hacer del abandono voluntario una forma de expresión con la que canalizar su íntimo universo. La idea era hija de la sensación, de la vida “externa”,pero maduraba en su prosa desasosegante a través del fino cristal de la nostalgia; de aquel que siente el exilio como un deber encomendado y como estado permanente de la conciencia.

Estoy convencida de que la soledad es una forma de vida en ocasiones extraordinariamente productiva, pero, además, la única vía para el artista; sólo mediante la aprehensión personal de la realidad podemos expresar nuestro más íntimo “yo”. El texto nos vuelve egocéntricos –que no egoístas-, porque toma al sujeto como centro del que emana la percepción del mundo, “nuestro mundo”,nuestra expresión particular de él. Siempre se escribe a partir de un recuerdo. La instantaneidad perece constantemente en el arte, del mismo modo que se renueva en el lector –aparentemente-.

La insoportabilidad de la existencia en solitario no deja de ser más que otro estímulo para volcarse en las letras, en las emociones, en esa vida exasperada que viene dada en “latas de conserva” llamadas libros.

¿Nace libre un artista? ¿Es, en caso negativo, un ser antisocial e irascible? Podemos pasar del tópico a la originalidad más pasmosa de un plumazo. Creo que la antigua pose del poeta en su torre de marfil está ya demasiado desfasada; sin embargo, ¿puede alguien dudar de la legitimidad de nuestros propios recuerdos? No se trata del típico autobiografismo barato que huele a primerizo, sino hay que asumir que, como en todo proceso de alumbramiento, es necesaria la intimidad previa de las soledades compartidas: el solitario y su destino. El planteamiento de Pessoa bien podría ser una elección , o bien un castigo. Quizá, ambas cosas: pecado y penitencia cogidos de la mano.

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