domingo, 12 de septiembre de 2010

SI SIENTO


Si siento tus labios acompañando a los míos
En sabroso beso,
Acompasado tu cuerpo y el mío,
Noto cómo una suave y deliciosa humedad
Va haciendo flotar mis frutos sagrados.

Mi corazón se acelera
Y un latido impertinente en mi pubis
Transmuta las palpitaciones de mi entraña,
Entre sístole y diástole,
En múltiples golpes contra el yunque
en el que golpea con fuerza
el martillo del deseo
la diminuta pepita de oro.

Y es que mi clítoris quiere salir
Para perderse entre tus dedos y
Si siento que mi flujo lames
entre mis piernas
Nada me consuela.

Te muestro orgullosa mis pechos,
-Regalo que tengo escondido- y
si siento florecer mis pezones en tu boca,
ya no quiero otra lengua que los lama,
aunque, caprichosos,
huyan de tus labios.

Me gusta cabalgarte
con la armadura puesta
-de algodón o de lycra-
y si siento que creces en ti
mi sexo se vuelve
cúpula sagrada.

Si siento que me sientes.
Si acaso, nos sentimos.
Mi yo es un orgasmo en seco,
Quieto y silencioso,
Que va reproduciéndose
Hasta inundarlo todo.

EL ASESINATO


Yo aprendí a hablar con una piedra en la boca,
cuando el mundo era un eterno desfile por brazos desconocidos
y las almas se deshacían dentro de puños violentos.
Me acostumbré al silencio y a la hipnosis de los relojes.
A la caricia del verdugo antes de dormir.

Del hacha comprendí
que las heridas más dolorosas no se abren en la carne.
Y aunque mi grito se fue haciendo anónimo,
cuanto más crecía,
más eran las manos que cercaban mi cuello.

Comencé a caminar de noche,
convencida de que la sombra era un escondite para ciegos.
Di mis primeros pasos a oscuras
y mis primeras palabras fueron para el reflejo de una ventana.
Pero un día me escapé y corrí hacia el sol.

Dicen que hay niños que traen un pan debajo del brazo.

A mi me robaron el pan:
yen su lugar
puse un cuchillo.

sábado, 11 de septiembre de 2010

BODAS DE ORO EN RICK'S


Y ahora me encuentro aquí,
con los restos de sangre en las piernas
con la jodida noticia de que has vuelto.

¿Qué te trae de muerto
lo que no te trajo de vivo?
Yo sigo aquí,
con la misma gabardina.
Soy la chica de “El loro Azul”,
pero no me preguntes por nadie, ¿vale, muchacho?
Dijimos sin preguntas,
como le habrías dicho
a tantas “nenas impresionables”
necesitadas de un héroe.
A las que seducías con tu cara larga
y tu aspecto de tipo misterioso.

Yo he sobrevivido sin tí,
sin un visado para Lisboa,
sin viajar al país de Los Inoportunos.

Borracha, jugadora, contrabandista...
Nada que no hicieras tú en tu café americain
Te vendiste al paseo de las estrellas
y preferiste una vida “tranquila”,
con una chica mona
que no les escupía a los tahúres. (Una Guerra hace daño, mein lieber)
Claudicaste, perdedor.

Renau murió en extrañas condiciones...
¿Extrañas? ¡Ja! Un marido cabreado.
Tú hubieras muerto también
de manera extraña,
pero sin ese romanticismo,
que te atribuía el capitán.

Ya sabíamos todos que Sam
no sabía tocar al piano
más que aquella maldita canción.
Por eso se desacompasaba
de la orquesta y la moviola;

Como tú,
que dejaste dos vidas
y una viuda no reconocida
en
compás
de espera.

viernes, 10 de septiembre de 2010

ANIVERSARIO EN DACHAU


Dijimos “sin preguntas”,
aunque ahora hasta daría un euro-dólar
por tus pensamientos en negro.

Tal vez, te tenga que sacar
la moneda de debajo de la boca
para saber qué piensa un muerto
y, así, dejarte en esta orilla,
condenándote conmigo
sin blanca para pagarle al barquero.

Aquel día los alemanes iban de gris,
y tú llevabas esta misma gabardina
con la que limpio las gotas de whisky
en la misma mesa
donde nos dijimos “bis morgen, Liebe”.

Víctor e Ilsa pasaron a la Historia.
A la Historia de los libros, los diarios,
los homenajes y los sellos.
Tú y yo quedamos sellados,
como cada uno de los latigazos
que dejó la garra de Dachau
en mi espalda.

“Yo corría sobre el camino del campo,
hecho con las lápidas de los Horowitz.
como por el teclado de un viejo pianista,
de octava en octava mal percutida.

El ángel de la muerte me había desnudado.
Marcó con una estilográfica Sheaffer Wasp
los puntos de intervención:
La falsa judía era demasiado resistente,
demasiado lívida y demasiado rubia:

Había que inocularle la semilla de un ario

La misa del Gallo. Mi infancia en Leibnizstrasse.
La espalda en arco. Los ojos hacia el filamento de una bombilla.
El gramófono de la casa de mis padres: Preludio a la siesta de un Fauno.
Uno. Cuchillada abdominal de carne humana.
Primeros pasos de la mano de mi hermano en Schloss Sanssouci bei Potsdam.
Dos. Giro la cabeza: lleva una pistola.
El desván de la casa de mi abuela y mi amiga Hildegard.
Tres: Muere.
Me saco al SS de encima.
Cojo una gabardina y una boina. Paso el control. Disparan. Tú gritas: LASSEN SIE”

EL GOCE DEL DOLOR I


PARA COMPRENDER, ME DESTRUÍ (Fernando Pessoa).

He llegado al fondo del dolor; a esa habitación oscura donde tiritan los enfermos con uniforme blanco. Busco por las paredes, con el tacto estúpido del muñón, una grieta de la que salga un poco de luz.
Ya no sé vivir conmigo, sino fuera de mí, vertida como agua sucia sobre las flores de una tumba. La flor, esa felicidad cortada para adornar lo que por el contrario dura siempre.

1. UNA VIRGEN DE BUÑUEL.
He cogido el autobús temprano, dispuesta a ir a cualquier sitio lejos de mí. Subida al bus, me idiotizo y me convierto en una fotografía mal recortada de aquellas a las que se les hacía a los muertos en el siglo pasado. Me quedo hueca, contemplando sobre la ventana el reflejo de mis propias manos angulosas que me recuerdan a las de Nosferatu. Me deslizo por las falanges pálidas como una hormiga sobre una montaña de carne humana. Con las manos entrelazadas tengo aspecto de madre, de mística esquizofrénica, de virgen hecha de pan de oro y hasta debo reprimir el instinto de beatitud para no juntarlas haciendo un racimo de pecados.
Me dejo abatir por la circulación y las bocinas. Los conductores escupen por las ventanillas, los revisores siempre quieren echar a alguien a la calle. Nadie se da cuenta de que en el asiento de la derecha está la virgen de los podridos. Soy una iluminada de tubos de neón, fabricada en tiempos de ceguera. Pero, de pronto, alguien parece arrodillarse para pedir clemencia de mi mano incorrupta y, sin embargo, el milagro se desvanece, en el momento en que el desprotegido se ata los zapatos. Aunque casi sin querer, cuando pasa a mi lado, le susurro un lánguido “Ego te absolvo”, porque sólo el mayor pecador tiene derecho a perdonar, porque únicamente el asesino es el verdadero sacerdote del delito.
Qué dios es ése que puede limpiar de una culpa que desconoce. Sólo la depravación es sabedora de su alcance. Sólo ella puede borrar las manchas del espíritu, porque sólo ella es capaz de autorrectificarse, de inmolarse en nombre del Pecado.
Y mientras sigue entrando gente, ya que nunca salen -aunque así lo crean-, sigo degustando mi potencia cadavérica y apuntando condenas en la memoria. Me pegan codazos, empujan con las bolsas –reconozco que las viejas gordas son mi perdición, porque cargan con el féretro de mañana y no con las patatas de hoy-. Y un niño me sonríe desde una silla con una cesta y un oso blanco. Casi puedo escuchar el tintineo de unas campanillas que me devuelven a una época inmaculada y feliz, pero me horrorizo al comprobar que él también es muerte futurible y siento cómo su cuerpo pequeño se me deshace entre los brazos, putrefacto, tratando de unir a dentelladas la cabecita y los brazos, pero nunca hay misericordia. No hay contemplaciones ni siquiera para los que aún no se han embarrado.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

LA NOCHE DE MI CUERPO


He visto el rostro de mi madre llorando,
reflejado en el suelo.
Me he asomado a la ventana
y me he vuelto lluvia que cae
sobre la ciudad insomne.
De noche pierdo por completo
la noción de mi cuerpo
y, poco a poco, me incorporo
a este paraíso de los idiotas.
La calle tiene un extraño color de gato nocturno
que casi no me deja reconocer
mis manos mezcladas en la niebla.
Estiro los brazos
por encima de los laberintos de hormigón
con el mismo vuelo que alzan mis manos
sobre los recuerdos.
El tiempo se despereza en esta noche
que es la noche de mi cuerpo
sobre la ciudad mojada.
Caen a raudales las aguas dormidas
que recorren los laberintos de cristal,
ciudades que sueñan dentro de una bola
que guarda la nieve del invierno
sobre las estancias durmientes.

martes, 7 de septiembre de 2010

LEDA ATÓNITA


Tengo las piernas manchadas de sangre
Y un estupor de alas en mi vientre.
El lascivo animal me poseyó aquí tirada
Mientras mi sexo ensangrentado aún doliente
Se cubre de plumas y un intenso olor a templo,
Que el dios del Olimpo ha venido transformado
Y todo lo inunda su divina presencia.

Un bello cisne se acercó a mis manos puras
Y entre juegos estiró su cuello entre mis piernas.
Mas sus alas me atraparon en un abrazo infinito
Del que fui presa para atravesar mi himen con su pico.
Sentí un dolor agudo, como de aguja de calceta,
Y caí desmadejada entre la humillación y el deseo apagado.
Sus alas acariciaron, entonces, mi cuerpo.

Yo soy Leda, la por Zeus amada como cisne por disfraz.
El que ahora se recuesta en mi pecho
Y duerme tranquilo el símbolo de Darío,
Sin saber que han de llegar otros tiempos
En los que se anuncie su caída, no en el Olimpo
Que es eterno e inmutable, sino en la tierra de los hombres
Que estrangularán el cuello del cisne.