TENGO
las
piernas manchadas de sangre
y
un estupor de alas dentro de mi vientre.
El
lascivo animal me poseyó aquí tirada,
mientras
mi sexo ensangrentado y aún doliente
se
cubre de plumas y un intenso olor a templo.
El
dios del Olimpo ha venido transformado
y
hasta el aire se somete y todo lo inunda su divina
presencia.
Un
bello cisne se acercó a mis manos puras y entre juegos,
cantos
y guirnaldas estiró su sedoso cuello hasta mis
muslos.
Mas
sus alas me atraparon en un abrazo infinito del
que
presa de picotazos fue mi más íntimo tallo
vencido
en su sed.
Sentí
un agudo dolor de aguja y caí desmadejada
entre
la humillación y cierto deseo extraño que brilló
fugazmente.
Sus
alas acariciaron entonces mi cuerpo inerte y
entreabierto.
YO
soy Leda, la poseída por Zeus encarnado en Ave,
el
que ahora se recuesta en mi pecho y duerme sosegado;
el
símbolo desconocedor de Darío al que han de llegar
otros
tiempos
en
los que se anuncie su caída, no en el Olimpo que
soñamos
—eterno
e inmutable en las mentes—,
sino
en la tierra de los hombres...
que
le torcerán el cuello al cisne.
(Lucía
de Fraga, Las
Esferas Celestes,
Polibea, 2014)