jueves, 13 de octubre de 2011

LA NIÑA DEL ANDÉN

El sol bajo de octubre doraba mi espalda,
enfundada en una guerrera que siempre pidió la paz.
Las palomas caminaban entre las vías
con la tranquilidad que dan las alas.
Sólo mis pensamientos me acompañaban.

Me fijé, con la mirada peregrina
del que ya no tiene nada que esperar,
en una niña que jugaba a ser niña.
Una Alicia a través del espejo
con olor a camomila en los cabellos.

Jugaba con el aire, con los movimientos
danzantes del que se deja llevar por el sueño,
ese extraño sospechoso que tiene la virtud
de acercarse cada noche a mi cama
y convierte lo posible y lo imposible.

La niña del andén que hacía lazos de viento
se miraba en los ventanales de la estación
y en su pequeñez se volvió gigante
al contemplarse frente al cristal
en el que podía ser reina, mariposa o Fortuna.

Sentí un cuchillo en la gargante,
silencioso y agudo,
como la cuerda de un violín.
La niña del andén, ya no era niña.
Aquella era mi infancia perdida.

Lucía de Fraga.

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