martes, 13 de septiembre de 2011

DE MÚTUO ACUERDO

Anochecía tu cuerpo que ya no era tu cuerpo,
en un delicioso sueño en el que habíamos dejado de ser
dos desconocidos con ganas de olvidar.
Sólo la noche era capaz de escuchar nuestros latidos
y, por un momento, nos deshicimos del infierno.

Al principio, nos comportamos como dos adultos cuerdos,
pero habitaba en nosotros un intenso dolor que gritaba nuestros nombres.
Yo ya no tenía nada que perder y tú, quién sabe,
si un hogar, la soledad o, simplemente, el miedo.
Así que empezamos a anochecer.

Nos secamos las lágrimas con nuestros propios cuerpos,
abrazados tan fuertemente que nada ni nadie podía despegarnos.
Mi sonrisa avergonzada incendió la noche
y tú me devolviste al primer día de mi vida.
Allí no había nadie, tan sólo un cuerpo con dos almas.

Por un instante, el mundo entero desapareció
y se fueron tras él los demonios y fantasmas.
Anochecía entre tus brazos y tus besos callados.
Ya no teníamos adónde ir y, por fin, el tiempo se agotaba.
Ya podíamos decir "Adiós" a una vida que nunca conocimos.

Contuve la respiración.
El dolor físico dura tan sólo un momento.
Lo que nunca se cura es el dolor del alma.
Nos agarramos fuertemente de la mano.
Anochecía.

Anochecía un valls infinito entre la luna y los espejos.
Languidecíamos.
Favor por favor.
Silencio súbito, tras el sonido esquelofriante de un quebrar de huesos.
Favor por favor.

Me precipité sobre ti según lo pactado.
Yo veía estrellas. Tú aún no me habías dado alcance.
Me cerraste los ojos y me cubriste con la sábana.
Te parecí todavía más hermosa.
Vinieron más estrellas. Tú también las veías.
















No hay comentarios:

Publicar un comentario