domingo, 30 de octubre de 2011

TÓPICOS DE UN TIEMPO QUE VIVIMOS

Un día te despiertas y ya has pasado los treinta.
El espejo te dice una verdad que no quieres creer,
pero, ciertamente, ya hemos dejado de ser niños.
Se acabaron los columpios y las rodillas sucias.
Sólo sientes que la vida te ha tomado el pelo.

Tu infancia fue un relámpago
que se llevó los juguetes a arreglar
y nunca más volvieron.
Y ahora estás aquí
como un intruso en tu propia vida.

Los cuentos de hadas eran todos mentira;
estás sola y has besado a demasiados sapos.
Todo tiene un gusto rancio
que suena a canción repetida,
porque esta historia ya te la habían contado
(aunque tú no te creías que te iba a  tocar).

Ahora eres tú protagonista de esa vieja retahíla:
No, ya no somos niños, ese tiempo se fugó
con tus sueños de súper héroe.
Despierta de una vez
que las horas se marchan para no volver.

Una vez fui pequeña, diminuta como un guisante
debajo de la cama de una auténtica princesa.
Me pinché los dedos con una rueca
y caí en un largo sueño.
No, ya no somos niños.

Puede que nos hayamos hecho mayores
sin darnos casi cuenta.
Quemamos etapas y las etapas nos quemaron.
¿Sabes qué te digo?
"Sana, sana culito de rana".

Lucía de Fraga.








lunes, 24 de octubre de 2011

YO SÉ QUE TÚ SABES

Me desnudas, lenta y dulcemente,
con tu sutil mirada entre la multitud
que asfixia nuestras voces.
Yo sé que tú sabes
lo que los dos sabemos.

No importa ni el tiempo o la distancia
para que nos amemos silenciosamente,
tal vez, en ese punto entre la vigilia y el sueño
en el que amanecemos envueltos tú y yo,
en nuestras camas solitarias de luz o de lamento.

Perdidos como niños en un centro comercial
siempre acabamos con una chaparreta,
porque no podemos encontrarnos
en ningún punto de información
donde fundir tu cuerpo con mi cuerpo.

Yo sé que tú sabes
lo que dos dos sabemos.
Nos amamos con los ojos que son nuestras manos
y, en un lenguaje único y cifrado,
decimos aquellas palabras prohibidas.

No sé qué va a pasar.
Quizá nos descubra la multitud asfixiante.
En ese caso gozaré de ser encarcelada,
porque nos habremos amado.
La voz será deseo y el ojo tu mano.

Lucía de Fraga.





domingo, 16 de octubre de 2011

AÚN NO HA AMANECIDO

Reposa sobre mi corazón anochecido,
donde el sueño y la vigilia
comparten un mismo pan.
No amanezcas todavía
y déjate mecer entre las tibias sábanas.

Anoche sentí frío,
cuando mi cuerpo, blanco y desnudo,
te esperaba avergonzado
con las manos llenas de pudor
y los labios apretados.

No permitas que llegue la mañana traidora.
Vuelve a conjurar la noche
para vestirme de nuevo con tu abrazo
y perder la vergüenza para siempre,
porque sólo tú sabes abrir mis labios.

He contemplado añicos hechos de sueño
que venían con los rosados brazos de la Aurora.
El amanecer siempre ha sido una triste despedida.
Sin embargo, volvamos a ser cuerpo,
mientras no haya amanecido.

Lucía de Fraga.

jueves, 13 de octubre de 2011

LA NIÑA DEL ANDÉN

El sol bajo de octubre doraba mi espalda,
enfundada en una guerrera que siempre pidió la paz.
Las palomas caminaban entre las vías
con la tranquilidad que dan las alas.
Sólo mis pensamientos me acompañaban.

Me fijé, con la mirada peregrina
del que ya no tiene nada que esperar,
en una niña que jugaba a ser niña.
Una Alicia a través del espejo
con olor a camomila en los cabellos.

Jugaba con el aire, con los movimientos
danzantes del que se deja llevar por el sueño,
ese extraño sospechoso que tiene la virtud
de acercarse cada noche a mi cama
y convierte lo posible y lo imposible.

La niña del andén que hacía lazos de viento
se miraba en los ventanales de la estación
y en su pequeñez se volvió gigante
al contemplarse frente al cristal
en el que podía ser reina, mariposa o Fortuna.

Sentí un cuchillo en la gargante,
silencioso y agudo,
como la cuerda de un violín.
La niña del andén, ya no era niña.
Aquella era mi infancia perdida.

Lucía de Fraga.

martes, 4 de octubre de 2011

LOS HIJOS QUE NO TENDRÉ

Esta noche siento como nunca mi cuerpo estéril,
ese mismo cuerpo que sólo puede engendrar monstruos
y dejarse a merced del tiempo y del olvido.
Porque, como tú bien sabes,
jamás podré tener hijos.

En mi dormitorio, hay una cunita blanca
que yo trato de mecer a la hora en que los adultos escapan,
pero algo hay que la sujeta con fuerza al suelo
y no me deja moverla ni un ápice de su sitio.
Soy una madre artificial y mecánica como una máquina de coser.

Puede que nunca le vea sonreír, imposible verle crecer
en este estúpido sueño con el que me despiertan mis propios gritos.
Grito y lloro silenciosamente amordaza con un almohadón
para que mi niño no se despierte asustado y solo.
¿Adónde vas criatura sin piernas ni brazos?

Su cuerpo lo dibujé en las nubes
y puse a disposición del Todopoderoso su alma.
Me devolvieron un montón de cristales rotos
que colocados en mis manos
regaron de sangre la tierra.

Sé que nunca podré tener hijos.
Nadie habrá a quien yo pueda enseñar y educar
sobre la sombra de los sauces.
Pero déjame que la cunita se mezca
que yo sabré mantenerla a la deriva.

Lucía de Fraga.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

DIOS, LA JUSTICIA Y LOS PIJAMAS DE FRANELA

Ha empezado a hacer frío,
por eso he empezado a ponerme pijamas de franela.
Ya no sé en qué creo y en qué no,
pero estoy convencido de que el Cielo de los Niños
 también está hecho de franela.

Te miro a los ojos, me acerco un poco más,
penetro en ellos y, a continuación, se funden.
Parece un chiste malo:
generaciones atrás temían la mirada de Dios.
Ahora se te puede dejar bizco con un sólo parpadeo.

La justicia hace mucho que está demodé
y, a veces, se te olvida que ser reponsable de zona
en este puto Hipermercado requiere tu atención.
La temporada, según cuentas las malas lenguas,
dicen que te va muy mal.

Cualquier día la cagas con tanto blanqueo de almas.

Porque ahora te dedicas a los muertos, ¿no?
Ya nadie quiere irse a tu mierda de reinado
y hasta has cambiado el cartelito "Con derecho de admisión"
por un "Se fía".
Lo siento, mi amor, pero nunca volverás a llenar el local.

No sé cómo va eso del tráfico de almas y, francamente, no me importa.
Tus mercenarios lo tienen bien montado.
De hecho, puedo ser el mayor cabronazo sin miedo a morir,
porque, qué quieres que te diga, todos sabemos
que la Indulgencia Plenaria es un chollo para lo divino y lo humano.

Hace más de un mes que tengo dolores de cabeza.
Prefiero ahorrarme detalles escabrosos.
El corazón me late en las sienes y tengo una extraña sensación
que me mantiene permanentemente hiperalertado
y, como no podía ser de otra manera,

todos los caminos conducen a Roma
y te veo sentado en tu "beato sillón",
veo cómo te atreves a apostarnos
en una timba con el Diablo
y por mucho que grito, compruebo que sigues sordo.

Sólo me quedaría mandarte a la mierda,
pero yo nunca pierdo las formas.
Me marcho. Me voy al Cielo de los Niños
y por el camino voy desaprendiendo
con mi pijama de franela.

Lucía de Fraga.

martes, 13 de septiembre de 2011

DE MÚTUO ACUERDO

Anochecía tu cuerpo que ya no era tu cuerpo,
en un delicioso sueño en el que habíamos dejado de ser
dos desconocidos con ganas de olvidar.
Sólo la noche era capaz de escuchar nuestros latidos
y, por un momento, nos deshicimos del infierno.

Al principio, nos comportamos como dos adultos cuerdos,
pero habitaba en nosotros un intenso dolor que gritaba nuestros nombres.
Yo ya no tenía nada que perder y tú, quién sabe,
si un hogar, la soledad o, simplemente, el miedo.
Así que empezamos a anochecer.

Nos secamos las lágrimas con nuestros propios cuerpos,
abrazados tan fuertemente que nada ni nadie podía despegarnos.
Mi sonrisa avergonzada incendió la noche
y tú me devolviste al primer día de mi vida.
Allí no había nadie, tan sólo un cuerpo con dos almas.

Por un instante, el mundo entero desapareció
y se fueron tras él los demonios y fantasmas.
Anochecía entre tus brazos y tus besos callados.
Ya no teníamos adónde ir y, por fin, el tiempo se agotaba.
Ya podíamos decir "Adiós" a una vida que nunca conocimos.

Contuve la respiración.
El dolor físico dura tan sólo un momento.
Lo que nunca se cura es el dolor del alma.
Nos agarramos fuertemente de la mano.
Anochecía.

Anochecía un valls infinito entre la luna y los espejos.
Languidecíamos.
Favor por favor.
Silencio súbito, tras el sonido esquelofriante de un quebrar de huesos.
Favor por favor.

Me precipité sobre ti según lo pactado.
Yo veía estrellas. Tú aún no me habías dado alcance.
Me cerraste los ojos y me cubriste con la sábana.
Te parecí todavía más hermosa.
Vinieron más estrellas. Tú también las veías.