Cuando
las tropas del general Décimo Junio Bruto, “el galaico”,
alcanzaron el río Limia, retrocedieron aterradas. Los soldados
romanos creyeron estar frente a las pavorosas aguas del Leteo,
conocido en el mundo grecorromano como el río del Olvido. Se decía
que si osaban atravesar aquella orilla, se borraría su memoria y,
por tanto, su identidad, su patria; reducidos, pues, a ser hombres
con el recuerdo vacío incapaces de regresar al hogar.
Algo
muy semejante le ha ocurrido durante siglos a la poesía escrita por
mujeres. Muchas han sido las poetas silenciadas dentro de un contexto
sociocultural que, desde que el mundo es mundo, se sustenta en la
tradición patriarcal. Como consecuencia, los parámetros masculinos
han sumergido sin escrúpulos las voces femeninas en las terribles
aguas del Olvido. No obstante, encontramos la salvación en otro río
mítico; en la región de Lebadea (Beocia), se hallaba el llamado
oráculo de Trofonio, donde los consultantes debían beber de dos
manantiales; uno de ellos manaba de la fuente del Olvido, el Lete
para los griegos y el temido Leteo por los romanos, y otro que lo
hacía de la fuente de la Memoria, Mnemósineme.
Los
dictámenes de los hombres, detentores del poder establecido, nos han
invitado a beber constantemente de la fuente del Olvido hasta
conseguir que, prácticamente, se borrasen de la historia de la
literatura los testimonios poéticos escritos desde la condición de
mujer. Sin embargo, debemos agradecer la labor de aquellas que nos
han acercado a los labios el agua reparadora de la otra fuente, la de
la Memoria. Hablo, en este caso, de Marta López Vilar, a cuyo cargo
está la edición de la antología de Bartleby Editores,
(Tras)Lúcidas. Poesía escrita por mujeres. 1980-2016,
que reúne a 29 mujeres poetas, entre
las que tengo el privilegio de colaborar, nacidas
a partir de los años 60, que
caminos
con convicción tras
las sendas
lúcidas de
las que sufrieron la represión por su sexo.
Su
estudio introductorio, “Un
(Tras)Lúcido silencio: causas y orígenes de una desaparición”,
es un brillante ejercicio de arqueología literaria, un
esfuerzo titánico para hacer
memoria, reivindicar la voz
de tantas poetas postergadas,
cuyos nombres se quisieron eliminar
de nuestra sesera para
devolverles el espacio que
por derecho se ganaron. Ésta
es, evidentemente, la poesía que nos ocultaron, la
que nadie tuvo la
intención de enmarcar dentro de los planes de estudio, salvo
honrosas excepciones
porque, como recoge López Vilar en
palabras de María Lejárraga: “[las mujeres] Somos mal adversario,
porque podemos ser buen explosivo […]”.
Las
desterradas hijas de Eva siempre han hecho
por alzar la voz, pero no hay mejor sordo que el que no quiere oír.
Que, en pleno siglo XXI, la
legitimidad de un poeta se limite a su sexo es aberrante. A mi
entender, la poesía no es un género literario genitalizado. La
literatura, la buena literatura carece de sexo. Lo que es innegable
es que sus autores no pueden
escribir desde la asexualidad porque fisiológicamente son seres
sexuados y diferentes.
Mas, al igual que la experiencia, hija de la recepción lírica, de
Marta López Vilar, en principio la poesía fue sólo
poesía sin
reparar en nombres, rostros
ni vidas.
Tan sólo en aquellas palabras que habitaban también más allá de
la letra impresa.
La
poesía es universal e
inaprehensible y únicamente
a través del “lenguaje de la ruina” se
puede rozar la íntima aproximación hacia el poema. Nunca
alcanzaremos la justa palabra poética. Ni hombres ni mujeres. La
lírica trasciende los límites de lo humano, de los sexos opuestos,
del opresor y el oprimido, y cuando creemos haber cazado a este
ciervo huidizo, nos quedamos con la miel en los labios. Hablar de una
poesía total sólo le compete al universo, al cosmos, a la
eternidad. Así lo recoge
la mencionada autora en
boca
de Sophia
de Mello: “Yo era tan niña que no sabía que los poemas eran
escritos por personas, sino que creía que eran consustanciales al
universo, que eran la respiración de las cosas, […]. Pensaba
también que, si lograba quedarme completamente inmóvil y muda en
ciertos lugares mágicos del jardín, conseguiría oír uno de esos
poemas que en sí mismo el aire contenía”. Con la misma percepción
hablaba, recientemente,
Luz Pozo Garza en la
presentación de su Rosa tántrica;
sólo para unos pocos se
reserva el privilegio de escuchar una misteriosa música en ciertos
lugares.
Mientras
tanto, mientras vayamos al encuentro del ciervo, nosotras, éstas 29
mujeres poetas escribimos
al margen de convencionalismos
obsoletos y lo hacemos libre
y firmemente, en base a lo que somos y creemos.
Marta
López Vilar es la encarnación de la vuelta al hogar. Así
lo vuelve a demostrar en su último libro, En las aguas de
octubre: “Hay restos de luz
aquí, de origen, de palabra// También de mí/ que soy regreso”.
Regreso de todas.
Lucía
de Fraga.