viernes, 14 de mayo de 2010

NOCH EINMAL

Me vuelvo a asomar por la ventana
con un pitillo en la mano,
rompiendo la promesa
que la cianosis y los pulmones abotargados
me habían hecho jurar
una mala noche de germanías.
El brazo moribundo y tatuado
por un mapa de cortes rituales
era la señal para que Herr Arzt
encontrara a la extrajera semimuerta,
diluida ya en un sueño Camino de Santa Fe.

Pero ahora, al otro lado de la casa,
no encuentro ni siquiera el rostro
de una madre llorosa,
sino la neurótica búsqueda
de una salvación que nunca llega.
La lluvia me rebautiza para devolverme
mi maldita identidad cristiana
que no borrará de la frente
la marca a fuego del árbol delos cainitas.

Nadie puede dar la absolución
a los suicidas ni a los muertos
que estamos fuera del Campo Santo
y hacemos bonitos juguetes
con cuchillas, cuerdas, trozos robados
de tela putrefacta y encaje o fino raso, terciopelo y
brillantes remaches de madera podrida
para los niños durmientes de las cajitas blancas.
Aún les queda tiempo para jugar,
mucho tiempo.
El que no tuvieron: Toda la eternidad.

Las hélices de los aviones.
El viento que hace cantar al coro trágico;
de árboles, postes eléctricos,
carteles que se golpean contra
las vallas publicitarias
sólo tienen un anuncio para las hijas de Caín:

“No encontrarás tu cara, más que en las marcas del agua y nunca te reconocerás”

Y habló Yahvé desde el Seol, sentado en el escaño
de los días venideros a la desmemoriada:
“Dies Irrae, Dies illa: Quantus tremur est futurus

No se puede desafiar a Dios, ni tratar de atravesar tantos ríos:
Ahora, sin saberlo, has iniciado tu tránsito por el Leteo” Amén.

Lucía Fraga

miércoles, 12 de mayo de 2010

MAÑANA ES UN DÍA MENOS

Aunque no te lo diga,
Sabes que hay noches que vuelvo a casa
Oliendo a alcohol.
No me quieres dar un beso,
Porque llevo puesto
El perfume de los fracasados
Y eso te recuerda
Que conmigo,
También perdiste.

De qué sirve que te busque la cara,
Si no me vas a hacer ninguna pregunta
Antes de dormir.
Mañana ya no será otro día,
Sino uno menos
En esta convivencia absurda
De una familia que apenas se conoce.

¿Sirve de algo decirte que bebo sola,
que tu hija pequeña es una borracha?
No, no cierres los ojos
Ni muevas la cabeza.
Nada de eso es verdad,
Tranquilo.
Pero qué pasaría si mañana
Apareciese en un soportal de María Pita
Sin un zapato y con el rímel corrido.

Nada.
Para entonces,
me habré asegurado
De que los dos
estemos muertos.

domingo, 9 de mayo de 2010

EL GOCE DEL DOLOR II

A KEBRAN

2. LA REEDUCACIÓN DE LAS SENSACIONES.
No he tenido madre, aunque supongo que ella sí tuvo un padre para mí. Desconozco el amor como desconozco el odio, pero me consuelo con la indiferencia y el mecanismo repetitivo de los días. No tengo sentimientos, sólo sensaciones y reconozco que el asco preside todas mis reacciones humanas. Una sensación jamás se puede conjurar o guardar como una flor marchita entre las páginas de un libro, porque “yo” ya no soy la misma cuando regreso al estado de la percepción. Los recuerdos de las sensaciones son más falaces que los de los sentimientos, porque lo sensible es etéreo, carece de arquetipos. En cambio, hasta para el amor hay emblemas o recetas mágicas. Se engañan; un sentimiento es un consuelo; una mera intelectuación de lo efímero para no sentir que morimos cada día, con cada sentido. La caricia de hoy, tal vez, sea la bofetada del mañana o el beso o el mordisco sangriento al que alguien quiso poner el vago título de pasión. Los sentidos nos reconcilian con nuestra animalidad, los sentimientos nos educan y nos convierten “milagrosamente” en esas bestias llamadas racionales.
Dios se avergonzó de su criatura e hizo de su mundo un reformatorio para instintos.

3. LA NADA ME DELIMITA, ME COMTIENE.
No soy Fernando ni Soares, pero algo me dice que un cordón umbilical invisible nos une, porque a través de él me llega esa náusea universal e íntima que se inicia en una taza de café cualquier mañana. Figura sobre fondo, aunque nada tenga sabor, porque cómo se puede reconocer una imagen que no tiene límites, ni contornos, ni perfiles. La nada se contiene en mí como yo me contengo en ella. Sin olor, sin sabor, sin tacto...sin nada.
Presiento sus pasos de alma en pena a mis espaldas cuando salgo a pasear por las afueras del infierno. Me doy la vuelta, pero no hay nadie. Recorro los cementerios buscando una tumba familiar con su nombre y solamente salgo con la derrota de un niño que ha llegado tarde a su cumpleaños. Me invaden nuestras soledades compartidas, quimeras de un petulante que olvidó – o quiso olvidar-las reglas de la ficción. Mi asco y el tuyo se unen y me doblan como una patada en el estómago que me deja sin respiración. Nadie pregunta por el cuerpo que se queda tirado en la calle, porque no lo ven, porque, ciertamente, no hay nada.

4. NO HEREDERÁS LA TIERRA.
He sido muchos. Tantos, que a veces mezclo manos de verdugo en cuerpos de ajusticiados. Del príncipe guardo el aristocratismo de ser el mejor en nada por nada, como de la lombriz –existe el hombre-lombriz, no lo dudéis- el deseo de arrastrarme por la tierra para ser devorado por un pájaro de redondos y carnívoros ojos negros. Pero, ante todo, he sido –soy- un hombre muerto que no ha dejado de soñarse más allá de las puertas de los inertes. Mi “yo” y mi “otro”, hermano desaparecido, llevamos vidas temporalmente paralelas y nos reunimos en el ocaso del espacio sintético y común de vivos y muertos; pedazos de ruina mórbida, por la que tantos vivos transitan sin saberlo en comunión con cadáveres que esperan un taxi que cogieron hace veinte años en esta misma esquina.
El frío familiar de la muerte se me ha vuelto un nuevo sentido más allá del tacto y más próximo al olfato. Ese olor sabe a oxigeno dos veces inspirado, robado, compartido, aunque más bien, devuelto -incluso,me atrevería a decir- vomitado.
A veces caminamos por calles paralelas, sin saber cuál de los dos es la sombra del vivo. En este espacio el sol ya no sirve para crear contrastes sin luz, sino que todo se vuelve una analgésica atmósfera de reiteración. “Esto ya lo he vivido”. Cuántas veces y cuántas mentiras: “esto ya lo han vivido por mí, pero antes que yo”. Ovillo de existencias que carece de extremos.
LUCÍA FRAGA

sábado, 8 de mayo de 2010

CATRCENTOS GOLPES (A XOÁN ABELEIRA)

Recuerdo, bien/ Aquellos “Cuatrocientos Golpes” de Truffaut/ y el travelling con el pequeño desertor,/ Antoine Doinel,/ Playa a través,/ buscando un mar que parecía más un paredón/ [...]/ Pido perdón/ por confundir el cine con la realidad.
(Luis Eduardo Aute)

CATROCENTOS CHANZOS Ó PAREDÓN

A mestura de noites e días
neste calendario en constante fibrilación,
vai deixando testemuño asmático
coas miñas mans pegadas neste vidro cadrado.
Cada día matan pombas e devolven cartas,
engaiolada nas xigantescas costelas
dun tempo a destempo,
feito de fume e anacos de celuloide.

Pido perdón, por bater catrocentas
veces contra a porta da miña cela,
por acoitelar catrocentas veces a Munch
na procura dun “Berro”
que fora para arrepiar ás bestas,
por tecer catrocentos versos velenosos
sen bicos de muller-araña.

Xa sinto a marea viva subir os chanzos;
Antoine Doinel,
Salomé, a túa irmá, pedirá a túa testa.
Xa está o meu cadrado afundindo no mar.
Tapáronme os ollos cun pano de vento,
os pés con aramio e as mans
coas patas coalladas de pombas mortas.

Colle as tesoirasd,
debaixo do gran farallón.
Morrerá, Doinel.
Córtalle a lingua ao crego
que quixo unha “entrada” no cine e
corre ó cadrdo onde afundirmos,
en catrocentos chanzos ó mar.

Non acendamos candeas
nin polo “Honorè” de Balzac,
nin polo de Pessoa,
nin por Novalis, nin por ninguén;
Que as fosforencias dos nosos ósos
arderán con máis forza
-Lume, poder igualador-
cando aquí non esteamos,
e voemos de volta
ao mar dos mortos.

Levemos un franco debaixo da lingua,
por se nos cómpre pagar a viaxe,
ou, se pola contra, nos prestan uns Gauloises polo camiño, Antoine, Mon cher Amie...

viernes, 7 de mayo de 2010

EL GOCE DEL DOLOR I

PARA COMPRENDER, ME DESTRUÍ (Fernando Pessoa).

He llegado al fondo del dolor; a esa habitación oscura donde tiritan los enfermos con uniforme blanco. Busco por las paredes, con el tacto estúpido del muñón, una grieta de la que salga un poco de luz.
Ya no sé vivir conmigo, sino fuera de mí, vertida como agua sucia sobre las flores de una tumba. La flor, esa felicidad cortada para adornar lo que por el contrario dura siempre.

1. UNA VIRGEN DE BUÑUEL.
He cogido el autobús temprano, dispuesta a ir a cualquier sitio lejos de mí. Subida al bus, me idiotizo y me convierto en una fotografía mal recortada de aquellas a las que se les hacía a los muertos en el siglo pasado. Me quedo hueca, contemplando sobre la ventana el reflejo de mis propias manos angulosas que me recuerdan a las de Nosferatu. Me deslizo por las falanges pálidas como una hormiga sobre una montaña de carne humana. Con las manos entrelazadas tengo aspecto de madre, de mística esquizofrénica, de virgen hecha de pan de oro y hasta debo reprimir el instinto de beatitud para no juntarlas haciendo un racimo de pecados.
Me dejo abatir por la circulación y las bocinas. Los conductores escupen por las ventanillas, los revisores siempre quieren echar a alguien a la calle. Nadie se da cuenta de que en el asiento de la derecha está la virgen de los podridos. Soy una iluminada de tubos de neón, fabricada en tiempos de ceguera. Pero, de pronto, alguien parece arrodillarse para pedir clemencia de mi mano incorrupta y, sin embargo, el milagro se desvanece, en el momento en que el desprotegido se ata los zapatos. Aunque casi sin querer, cuando pasa a mi lado, le susurro un lánguido “Ego te absolvo”, porque sólo el mayor pecador tiene derecho a perdonar, porque únicamente el asesino es el verdadero sacerdote del delito.
Qué dios es ése que puede limpiar de una culpa que desconoce. Sólo la depravación es sabedora de su alcance. Sólo ella puede borrar las manchas del espíritu, porque sólo ella es capaz de autorrectificarse, de inmolarse en nombre del Pecado.
Y mientras sigue entrando gente, ya que nunca salen -aunque así lo crean-, sigo degustando mi potencia cadavérica y apuntando condenas en la memoria. Me pegan codazos, empujan con las bolsas –reconozco que las viejas gordas son mi perdición, porque cargan con el féretro de mañana y no con las patatas de hoy-. Y un niño me sonríe desde una silla con una cesta y un oso blanco. Casi puedo escuchar el tintineo de unas campanillas que me devuelven a una época inmaculada y feliz, pero me horrorizo al comprobar que él también es muerte futurible y siento cómo su cuerpo pequeño se me deshace entre los brazos, putrefacto, tratando de unir a dentelladas la cabecita y los brazos, pero nunca hay misericordia. No hay contemplaciones ni siquiera para los que aún no se han embarrado.

martes, 4 de mayo de 2010

LA SOLEDAD DEL ARTISTA

Hace años leí un verso de Luis Alberto de Cuenca que decía: “La nostalgia es un absurdo pasatiempo”. No creo que alguien pueda llegar a estar más equivocado: la nostalgia es el único pasa-tiempo. Si releyésemos más a menudo a los poetas, nos daríamos cuenta de que no hay una sola obra escrita que no haya nacido de una conjunción de soledad y recuerdo; en suma, de la nostalgia. Pero la nostalgia es un sentimiento y, si hacemos caso del adagio becqueriano “Cuando siento, no escribo”, la obra no puede brotar si no de la “acción”,aunque ésta sea resultado de un pasivo abandono.
Pessoa, que renunció al mundanal ruido para convertirlo en poesía silenciosa, únicamente demandaba dos condiciones para escribir: soledad y sosiego. ¿Cuál es, entonces, la clave del artista? Me resulta curioso pensar en la soledad pessoana envuelta en el tumulto de la ciudad lisboeta. Realmente, Bernardo Soares supo hacer del abandono voluntario una forma de expresión con la que canalizar su íntimo universo. La idea era hija de la sensación, de la vida “externa”,pero maduraba en su prosa desasosegante a través del fino cristal de la nostalgia; de aquel que siente el exilio como un deber encomendado y como estado permanente de la conciencia.
Estoy convencida de que la soledad es una forma de vida en ocasiones extraordinariamente productiva, pero, además, la única vía para el artista; sólo mediante la aprehensión personal de la realidad podemos expresar nuestro más íntimo “yo”. El texto nos vuelve egocéntricos –que no egoístas-, porque toma al sujeto como centro del que emana la percepción del mundo, “nuestro mundo”,nuestra expresión particular de él. Siempre se escribe a partir de un recuerdo. La instantaneidad perece constantemente en el arte, del mismo modo que se renueva en el lector –aparentemente-.
La insoportabilidad de la existencia en solitario no deja de ser más que otro estímulo para volcarse en las letras, en las emociones, en esa vida exasperada que viene dada en “latas de conserva” llamadas libros.
¿Nace libre un artista? ¿Es, en caso negativo, un ser antisocial e irascible? Podemos pasar del tópico a la originalidad más pasmosa de un plumazo. Creo que la antigua pose del poeta en su torre de marfil está ya demasiado desfasada; sin embargo, ¿puede alguien dudar de la legitimidad de nuestros propios recuerdos? No se trata del típico autobiografismo barato que huele a primerizo, sino hay que asumir que, como en todo proceso de alumbramiento, es necesaria la intimidad previa de las soledades compartidas: el solitario y su destino. El planteamiento de Pessoa bien podría ser una elección , o bien un castigo. Quizá, ambas cosas: pecado y penitencia cogidos de la mano.

LUCÍA FRAGA.

lunes, 3 de mayo de 2010

CONTRA LA DURA REALIDAD

Tenía la cabeza contra el espejo del cuarto de baño y la cara deformada por el llanto.Parecía una virgen atávica de ritos sangrientos.Tenía las muñecas machacadas de cortes y el rimmel todo corrido.Estaba sobre el suelo, cuando acababa de soltar la cuchilla. No había podido seguir. Había claudicado ante la muerte. O ante la vida.
Nunca sería madre más que de informes sueños a los que acunar en brazos. Fantasmas de niños muertos que la martirizaban con su mortalidad de gato callejero y tuberculoso. Limpió la sangre con un trapo seco y todo quedó embazado de rojo marronáceo. Eran las tres de la tarde y se había pasado no sé cuántas horas en el zafarrancho. Se cambió la ropa y se recogió el pelo. Había vuelto a perder su muñeca de trapo y coletas rojas. Era lo malo que tenía hacerse mayor, aunque ya casi había entrado en la era analgésica de latidos y minutos, algún pensamiento la hubo de detener, ya fuera superevivencia o desesperación. ¿Era eso o la cobardía y el miedo al dolor? Pensó en el silencio de los sepulcros y la paz de la cajitas blancas. Estaba al borde del abismo; entre el sueño transparente de ginebra y el duro golpe contra la realidad que venía galopante.